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lunes, julio 12, 2021

La historia de los niños futbolistas que fueron baleados en Reynosa

Sergio Hugo Rodríguez Alonso y su hermano Cristiano Ronaldo tienen 13 y 10 años, respectivamente, y son de Reynosa, Tamaulipas. Los dos tienen el mismo sueño ser futbolistas profesionales.

El sábado 19 de junio será un día que quedará marcado en la vida de  Sergio y Ronaldo, quienes muy temprano los dos iban junto a su mamá a un partido de fútbol en la escuela de futbol "Tuzos de Reynosa"
Foto del las situaciones de riesgo del día de la masacre

El reloj marcaba aproximadamente las las 12:15 del mediodía. Jessica la madre de los niños futbolistas apresuró a los muchachos para que llegaran a tiempo al partido de fútbol.

Los dos subieron al carro, un Ford Focus. Ronaldo se sentó de copiloto junto a su madre. Y Sergio Hugo iba detrás junto a su hermana, de 15, y su primo Roberto Zuriel, de ocho años.

El coche arrancó y comenzó a moverse rápido hacia el campo de futbol. Pero, ni a los cinco minutos, cuando iban por la calle General Rodríguez, en la colonia Almaguer de Reynosa, Jessica pisó el freno a fondo.

“Nos topamos de frente a un tipo armado”, narra la mujer en entrevista, aun con la voz trémula.

Tal vez por el instinto desarrollado de vivir en una ciudad acostumbrada a los retenes del narco y a la violencia, Jessica dice que actuó con rapidez: metió la reversa, maniobró para hacerse espacio en la calle, y metió de nuevo la primera velocidad para salir huyendo en sentido contrario.

Pero no alcanzó a huir a tiempo. Sobre la carrocería del coche se escuchó un pac-pac-pac metálico y los niños gritaron presa del pánico.

-¡Mami, nos van a matar. ¡Nos van a matar!

El Focus se abrió paso por la colonia a toda velocidad.

Jessica trataba de controlar los nervios para no atropellar a nadie. Los gritos de los niños no se lo ponían fácil.

Al fin, llegaron al camino de terracería que está junto a su casa. Jessica se quitó el cinturón y volteó a ver a sus hijos y a su sobrino.

“Mami, llévame a un hospital”, le pidió con un hilo de voz Sergio Hugo, quien ya estaba traía empapado en sangre pues los hombres armados le habían acertado cuatro balazos.

“Mami, me duele mucho -se quejaba el niño agarrándose las piernas-. Llévame a un hospital”.

“Al verlo, grité aterrada”, recuerda Jessica. “Pensé que se me iba a morir en mis brazos. El coche estaba lleno de sangre”.

Al escuchar los gritos, los albañiles que hacían unas obras en casa de Jessica salieron a socorrer al niño. Como pudieron, le amarraron “unos cintos” en las piernas. Y luego, más vecinos llegaron para auxiliar también a Roberto, el primo de apenas ocho años, que también fue herido por las balas.

Jessica llamó a su esposo y le contó lo sucedido. El hombre dejó de inmediato el trabajo y se dirigió a su casa. Al llegar, cargó a Sergio Hugo y lo metió al carro para llevarlo a la clínica más cercana.

Antes de partir, Jessica cuenta que su niño le dijo:

“Qué bueno que fui yo, mami. No quiero que nada malo le pase a usted”. “¿Por qué nos querían matar?” cuestiono el menor.

El reloj ya marcaba las 12:30 del medio desde esa hora el "infierno" ya se había desatado en varios puntos de Reynosa, dónde lamentablemente un comboy armado mato a gente inocente. En total, 15 civiles asesinados, entre los que había albañiles, estudiantes, taxistas, familias enteras, en una de las peores masacres de las que se tenga registro en México. Con el simple objetivo de calentar la plaza.
Foto de dos personas inocentes asesinadas

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Hoy, Jessica vive entre el alivio de tener a sus hijos con vida y la angustia de no saber cómo explicarles a unos niños qué fue lo que les sucedió ese día.

“Ellos no entienden nada. Me dicen: ‘Mami, pero si nosotros no somos malos, no somos delincuentes, ¿por qué nos tiraron? ¿Por qué nos querían matar?”.

Las balas le acertaron de lleno en los pies a Sergio Hugo. En el derecho, le causaron heridas. Y en el izquierdo, una fractura de la que aún no saben bien su alcance.

Además, las balas, los gritos, la sangre, el horror, le dejaron otras secuelas que no se aprecian a simple vista.

“Desde ese día, mi hijo tiene mucho miedo. A cada rato me dice: "Mami, no vaya a salir a la tienda. No quiero que le pase nada". O se despierta en mitad de la noche y me dice: "Sí, mami. Yo estoy bien. No se preocupe por mí", y se regresa a la cama caminando dormido”.

Ronald, por su parte, ya expresaba antes de la masacre los efectos de vivir en una ciudad donde los enfrentamientos entre grupos criminales son cotidianos.

“Él ya estaba muy espantado antes de todo esto -explica Jessica-. Hágase cuenta que escuchaba una tabla caerse al suelo y ya se pensaba que eran balazos, y corría a esconderse”.

Tras la masacre, el niño también está expresando un fuerte sentimiento de culpa, porque ese sábado el primer partido era el suyo, y el de su hermano baleado era más en la tarde.

“Mi niño se pega en la cabeza y me dice: ‘por mi culpa le pasó esto a mi hermano, porque mi partido era primero’”.


Tres semanas después, Jessica y su familia tratan de recuperar, poco a poco, algo de normalidad. Aunque, lógicamente, al que más le está costando es a Sergio Hugo, que con las piernas y los pies inmovilizados se desespera porque no podrá jugar la final con su equipo de Los Tuzos.
Foto de archivo

“Éstá muy triste. Me dice llorando que ya no va a poder jugar otra vez al futbol, que porque no puede mover su pie”, cuenta Jessica, que trata de animarlo: “Yo le digo que no se desespere. Ahora tiene que recuperarse bien y que, algún día, seguro que podrá jugar otra vez al futbol”.

Y eso es lo único que lo reconforta, que lo sosiega, dice su madre: verse pronto vestido de uniforme y jugar de nuevo al futbol con su hermano Cristiano Ronaldo.

Con informacion de: Animalpolitico